Llegaron así mis primeros 2,000 años. El mareo existencial era ya insoportable. Reconocí mis manos en una nueva vida que olía a fuego. Dedicábamos el tiempo por completo a interpretar el futuro de la gran revolución. Todo aquello que parecía culminar en la explanada de la emancipación, era especialmente significativo para nosotros. No obstante, el mundo ya era otro, y yo incapaz de recordar en aquel entonces lo que ahora tengo tan presente, tejí una relación de amistad con un par hombres increíblemente interesados en los pormenores -para mí ahora ridículos- de las revoluciones en general.

Uno de ellos era artista: Tornamesista experimental. Sus giros eran negros, de vinilo... La multitud apaciguada se rendía ante ellos. El otro, era un hombre feliz que echaba volados. Tenía estudios de posgrado en trompo y hula hula, de verdad, era un campeón.

Era claro que lo que nos unía a los tres, eran los giros alrededor del centro fálico que en la actualidad se denomina: eje de rotación; pivote nauseabundo de la vanguardia en ese entonces contemporánea.

El tiempo compartido fue un cúmulo de vórtices, eso sí, extravagantes; pero verdaderamente nimios. El último remolino que recuerdo, era una más de tantas estrambóticas ocurrencias, a saber: conceptualizar la inclusión de nuestra lucha, haciendo girar sobre un mapamundi los viniles apaciguantes del artista, utilizando la cuerda que usaba el hombre feliz para hacer girar su raudo trompo. 

No hace falta decir que la turbación provocada por ese ir y venir vertiginoso, nos produjo un sin fin de temblores corporales que casi siempre culminaban con el vómito. No era fácil seguir, de hecho, la vida era insoportable…

Defendimos nuestra ideología hasta que la muerte nos fue encontrando. El último en partir fue el hombre feliz que esbelto y rico, se ahorcó con la cuerda de su propio trompo...

Años después, sin saberlo, nos volvimos a encontrar. La situación era distinta, teníamos un proyecto de rock que además de hacernos sentir libres, nos hizo recobrar la memoria. Los dominios del giro hechos repetición fueron quitando los velos que ocultaban en el olvido nuestra vieja afición. Cada acorde repetido, cada frase centrada en un lugar común; cada vez que nos volvíamos a mirar en un mismo escenario dominados por la extenuante replicación del periplo nostálgico que destruye la vida y promueve la enajenanción, nos hizo recuperar por completo el viejo tedio y finalmente nos cansó. Morimos los tres a los 27 años para consumar el fin de todos los ciclos.

Una vez más estamos juntos, nican axcan -aquí y ahora- y al cabo de sesenta siglos -veinte por cada uno de nosotros-, en esta ocasión nos reconocemos felices, lejos de la nostalgia, lejos de la enajenación; sin tornamesas, sin loopers, sin conceptos, y lo que es mejor, sin cuerdas de trompo para segar la existencia. Nuestra consigna es ahora: ¡no más circunferencias, rompamos la esfera, devoremos la placenta!. 

El origen, el núcleo, la raíz y la esencia es múltiple. No hay punto arquimediano, no hay verdad indubitable. El vértice absoluto del movimiento ha muerto. El eje enhiesto imaginario del mundo se ha disuelto. Todo uno es tres, así la vida.  Sin tónica, sin acorde fundamental, sin raíz etimológica. Somos vínculo transitorio que se mueve activa y atropelladamente en las infinitas arenas del caos. Ya no soy el hombre dosmilenario que se fatiga, somos Xochihua, flor de la vida que se abre curiosa a nuevo polen.

Eratóstenes Flores.   02/03/2020.