El mundo se observa a sí mismo a través del agua. No hay perspectiva más antigua que la de los lagos, los ríos, los esteros y en general no hay perspectiva que preceda a la de toda la hidrografía terrestre.
La definición de manantial debería sugerir el nacimiento no sólo del agua, sino de la visión, y no de forma laxa sino profunda, como lo hace una de las preposiciones más hondas del español en la oración: ojo "de" agua.
¿Qué es lo que este "de" implica?
En su función de posesión, que la vista le pertenece al agua.
En su función de origen, que la vista proviene del agua.
En su función de materia, que la vista está hecha de agua.
En su función de contenido, que la vista es un espacio ocupado por agua.
En su función de tiempo, que la vista es el pasado, presente y futuro del agua.
En su función de causa, que la vista es implicada necesariamente por el agua.
En su función de abundancia, que la vista es una profusión de agua.
Y llevando al límite la inundación de la ontología que vistió al ser con traje de νερό en la Grecia antigua, podríamos decir que la vista es el agua o que la vista es el ser.
Narciso se enamora de su imagen cuando ve su reflejo en las aguas de una fuente, y absorto ante sí mismo, sin la fuerza suficiente para dejar de contemplarse, el presunto joven hermoso se lanza a las aguas y en ellas encuentra la muerte.
La vista entonces, no sólo es el ser, sino la muerte misma, es decir, el no ser; visión de eso que no puede ser visto.
Todo monstruo marino es el reflejo de una subjetividad cuya sensibilidad le hace ver lo que no ha visto, a saber, la incógnita que somos ante nosotros mismos.
El espejo, es el cuerpo de agua en el que por primera vez nos vimos.
Eratóstenes Flores 22/01/2018