Existe una forma de contar el rock en México que por obvias razones llamaré genésica.

"Todo era oscuridad, el espíritu de Dios se movía sobre las aguas y entonces nació fulanito de tal, o la banda X que todos esperaban".

Es un horror que se siga promoviendo esa narrativa que produce individualidades o agrupaciones e incluso audiencias, que orbitan el espacio circundante de un front man que se logra, según nos cuentan, solo. La historia del "éxito" en este paradigma es unaria y se deposita en la visión, en la anticipación y el genio solitario que va abriendo brecha a la vanguardia de la especie.

Si bien la objetividad de la Historia en general es más bien un asunto problemático, es ridículo intentar hacerla plausible a través de ese periodismo que ha cedido su lugar a la publicidad, al número de shares, likes y retweets. Toda propaganda disfrazada de documental es interpretación equívoca de lo real. La estrategia mercadológica dista mucho de ser una metodología apropiada para el análisis histórico.

Parafraseando la idea de Georges Clemenceau en cuanto a la guerra: la música, que siempre es histórica, "es un asunto demasiado serio como para dejarla enteramente en manos de la prensa", que ya hace años criticaba Zappa. Sí, aquella en la que gente que no sabe escribir entrevista a gente que no sabe hablar para gente que no sabe leer.

Acabemos con ese cuento y reconozcamos que son los pueblos los que producen genialidad, que ninguna persona se hace sola y que lo que verdaderamente importa en cuanto a la música es la vida, no la cantidad de seguidores en el Facebook, ni los géneros, ni la imagen, ni los amplificadores o los efectos. En el fondo de la música está la vida, la verdad de ese acontecer finito en el que soñamos, sufrimos y amamos.

Hacer música es hacer Historia, Política y aunque no lo crean: Matemáticas, sí esas de las que muchos salieron huyendo.

¿Estamos listos?

Eratóstenes Flores Torres. 15/07/2020.