Conclusiones

 

En el momento álgido de la pandemia que tiene al mundo de cabeza, nace un año en México que viene con vacuna. Y si bien es cierto que este hecho arroja un poco de luz desde las jeringas, es difícil negar que la población ante los hospitales desbordados y la incertidumbre que eso provoca, busca en los viejos mitos un niño de plástico que prometa comida en el futuro; un poco de alivio en la nostalgia de un paraíso cuyo mar revuelca sobre la arena los cubrebocas de la sana distancia; un remedo de oro, incienso y mirra debajo de un joven pino que agoniza, para creer que se puede seguir creyendo. Nunca antes se había manifestado la finitud de la humanidad de un modo tan funesto.

 

Desde mi perspectiva, la pandemia es resultado de una arraigada normalidad derivada en gran medida del capitalismo globalizado. Si consideramos que este modo de vivir inicia con la creación del imperio español en el siglo XVI, es decir, con la explotación de recursos y la instauración de colonias en África y América, tendríamos que en un lapso de 500 años, el desarrollo del capitalismo en el

mundo ha puesto a la humanidad en una situación de alto riesgo.

 

La pobreza que se vive en México, así como los problemas ambientales que se viven en la CDMX, son el reflejo de una industria que labora bajo la lógica del mayor beneficio al menor costo. La ciencia está dominada por la industria y en los casos en los que se desarrolla ciencia básica, la mayoría de los investigadores laboran bajo el paradigma de ciencia occidental, de esa construcción de la historia de la ciencia que se llevó a cabo en el siglo XVIII en Alemania y que quiere ver en Grecia la cuna del pensamiento científico; una historia profundamente antisemita, clasista, racista y esclavista. ¿Qué va a pasar ahora que la razón ya no tiembla y se ha perdido su carácter relacional dialéctico cayendo en un fetichismo que las hace esencialmente curso, clases?

 

Si la pandemia ha de transformar la forma de enseñar las matemáticas,  debemos empezar por liberarnos del paradigma occidental supuestamente universal, objetivo, sobrio e interesado solamente en la “verdad”. Es necesario abordar los cursos desde una perspectiva crítica desarrollando los contenidos, considerando el alcance y las limitaciones de los mismos sin perder de vista la cotidianidad y lo que de manera decisiva se da en ella: la vida. Muchos de los docentes fuimos formados como matemáticos bajo el denominado formalismo, teoría que como hemos señalado, intentó englobar en una sola reflexión la naturaleza absoluta del quehacer matemático disolviendo para siempre las posibles diferencias de la pluralidad cultural presente, pasada y futura.

 

¿Son estas matemáticas normales?

 

Debemos replantear las fronteras establecidas por el paradigma occidental y aceptar que los contadores públicos son matemáticos, que los valuadores son matemáticos, que los actuarios que calculan las tazas de interés del seguro que estamos pagando son matemáticos y que incluso, los que hacen las cuentas del estado son matemáticos, sí, esos que calculan impuestos, tazas de interés y que además cuentan el número de desaparecidos y feminicidios en la urbe. Debemos aceptar todo esto sólo para preguntarnos seriamente: ¿Qué ha pasado con la belleza de las matemáticas?, ¿Sigue el Hombre temblando ante ellas?