3.- La sensibilidad de los mamíferos.
Es claro que las plantas y los protozoarios como las amibas no tienen corazón. Es decir, no todos los vivientes palpitan, sin embargo los humanos sí, y al igual que muchos otros vivientes, posee sistema nervioso y por lo tanto una sensibilidad muy particular con la que entra en contacto con su entorno.
Los mamíferos en el proceso de gestación, se desarrollan escuchando las palpitaciones del corazón de su madre inmersos en el calor de la placenta; percibiendo en menor grado la luz que traspasa la corporalidad en la que están naciendo. Paz erraba cuando afirmaba que: nacemos y morimos solos4. Esa soledad tal vez sea la de los vivientes que como las tortugas, nacen ante la intemperie y deben empezar pronto la marcha individual hacia el mar; lugar inmenso en el que si no son devoradas demasiado pronto, tal vez experimenten con otra u otro de su especie, el calor del vínculo creativo de su supervivencia en el tiempo evolutivo. Los mamíferos nacemos en nuestra madre y posteriormente, por lo menos los humanos, ante nuestra comunidad morimos en muchos. Por lo tanto, la experiencia original humana no es en definitiva la de la existencia frente al vacío, la del Yo ante el No-Yo5 como enfrentamiento que debe ser superado y hacerse al modo de la libertad. No, el ser y el no-ser parmenídeo, está más cerca de los quelonios que de los mamíferos. La sensibilidad de éstos últimos es afectada primeramente por la unidad vibracional ontológica del sonido, el calor y el instinto materno que en su progenitora, los va a dar a luz.
¿Hay alguna diferencia decisiva en la sensibilidad de los vivientes que nacen solos como los quelonios, y la de aquellos que nacen en alguien como es el caso de los mamíferos?
Permítaseme la siguiente digresión para contextualizar la pregunta anterior y de ella extraer una tesis a manera de respuesta.
Hace un poco más de seis años, llegó a mi vida una cachorra pastor alemán que bautizamos mi pareja y yo con el nombre de Akira. El hecho tuvo que ver de algún modo con que nos acabábamos de mudar a una casa con un pequeño pero bonito jardín. Su llegada sólo fue el principio de lo que terminó siendo una manada de tres de su especie.
Akira, Jumba y Nöther jugaban en el patio y corrían entre las cajas de la mudanza que por el apremio de la cotidianidad no habíamos desempacado aún.
Un día, abrí una de esas cajas y saqué una jarana que mi pareja me había regalado hacía ya varios años atrás. La afiné y empecé a tocar. Pues bien, no había tocado más de dos acordes cuando las tres perras corrieron hacía el instrumento para olerlo y elevar su hocico olisqueando el aire por encima de la jarana. Sorprendido por la reacción, tardé unos cuantos segundos en entender que las tres: ¡Estaban oliendo la música!
En otra ocasión, ya durante la pandemia cuando Akira tenía 5 años, pasó por la calle un músico tocando un instrumento que no puedo identificar; tal vez un oboe, tal vez un clarinete, no sé. El caso es que para mi pareja y para mí fue una sorpresa ver que nuestra mascota no corrió hacia la puerta a ladrar como siempre lo hace con el par de músicos que habitualmente pasan percutiendo un gran tambor e interpretando una melodía con una trompeta. Sentada sobre sus patas traseras, viendo hacia la calle y con su pelota en el hocico, Akira escuchaba atenta moviendo lenta y suavemente su cabeza de un lado para otro. Lejos del olisqueo curioso a los acordes de la jarana, algo en aquella música, en aquel sonido, en aquella vibración de ese instrumento que no pudimos identificar, había tocado el ánimo de nuestra amada perra haciéndola ocupar el espacio y transcurrir en el tiempo de otra manera. Baste agregar para cerrar este punto, que no me puedo imaginar a una tortuga cautivada por el sonido de algún instrumento, pero claro, habría que averiguar más a fondo. Mi tesis en este sentido, es que existen diferentes grados de sensibilidad entre los vivientes.
4 Paz, Octavio. (2015). El laberinto de la soledad. Ediciones Cátedra.
5 Fichte, Johann. (1999). Doctrina de la ciencia 1811. Akal Ediciones.
Eratóstenes Flores Torres.