Los Músicos y la Calle

En el momento álgido de la pandemia que tiene al mundo de cabeza, nace un año en México que viene con vacuna. Y si bien es cierto que este hecho arroja un poco de luz desde las jeringas, es difícil negar que la población ante los hospitales desbordados y la incertidumbre que eso provoca, busca en los viejos mitos un niño de plástico que prometa comida en el futuro; un poco de alivio en la nostalgia de un paraíso cuyo mar revuelca sobre la arena los cubrebocas de la sana distancia; un remedo de oro, incienso y mirra debajo de un joven pino que agoniza para creer que se puede seguir creyendo. Nunca antes se había manifestado la finitud de la humanidad de un modo tan funesto. ¿Qué va a pasar?, nos preguntamos todos.

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La guitarra de mis sueños.

- ¡Maestro!, vamos a armar una lira. - ¡Claro que sí!, ¿cómo la quieres? - En términos de dinámica quiero que sea sumamente sensible para cuando me de por blusear. Además quiero que al incrementar la intensidad de mi ejecución, se ponga a prueba la calentura de los bulbos en mi amplificador para obtener un agradable scream. Y bueno, por su puesto quiero que al activar un overdrive el sonido explote con definición incluso con acordes que involucren las seis cuerdas, todo esto sin coartar la posibilidad de romper el sonido cuando me de por echar a andar el fuzz más marrano que nos podamos imaginar.

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Ataque de pánico.

Así, sin más y frente al vacío, repentinamente me viene la sensatez que enfrenta a todas mis sensaciones con la posibilidad de morir. Siento en mi cuerpo el pánico a plenitud sin que haya amenaza que lo provoque. Por alguna razón, se apodera de mí súbitamente un estado de alarma sin sentido, y con la adrenalina a flor de piel, lejos de cualquier peligro, mis manos transpiran el perfume de la angustia. Es claro que no es la muerte en sí lo que me aterra, sino su inexorable posibilidad, su viabilidad, su potencia. De esto puedo estar totalmente seguro, pues en esos momentos en los que el miedo me absorbe, no hay sujetos o cosas que me circunden en los cuales pueda depositar la causa de semejante estado de ánimo. Es un miedo que simplemente no tendría por qué sentir si no fuera precisamente, porque la posibilidad de morir se encuentra ahí todo el tiempo, como una nada con toda su fuerza. Ante la claridad de esta nada y con la convicción de su posibilidad, advierto algo más profundo, y es que cuando expreso el miedo a morir, no me refiero a la muerte como sinónimo del momento en el cual culmina la agonía. Sé que no voy a morir, no existe ninguna situación de riesgo frente a mí en esos momentos; y tampoco me refiero a la muerte de éste ó aquel ser que pudieran estar siendo amenazados frente a mí, siendo yo un mero espectador fuera de peligro, ¡no!. Me refiero más bien a la muerte en su interpretación alegórica de realidad exterminadora, de crepúsculo de lo existente independientemente de su situación ontológica. Repentinamente me asusta la posibilidad de que el mundo devenga. Es extraño, pero existe un océano inmenso que distingue entre el seguro y firme continente que sabe de cierto que va a morir, y el individuo activo que vive la vida entre las olas, y al cual, Neptuno, le ha revelado la posibilidad de morir. Siento en la piel el filo de todas las navajas. Me llega del horizonte un sabor ajeno. Tengo miedo, pues siento en la tierra que piso, el paso de un mundo nuevo. Eratóstenes Flores 25/03/2009

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